Entre los ilustres exploradores del siglo XIX que trataron de resolver el misterio de los orígenes del Nilo figura una rica dama holandesa llamada Alexine Tinne, que a los veintiséis años dirigió una expedición digna de una reina en el corazón de Sudán. Sin duda fue la viajera más original y excéntrica, se hizo acompañar de su madre viuda y de su tía, así como de una corte de sirvientes debidamente uniformados y animales de compañía.
En ningún momento renunció al lujo y al confort, se rodeó de sus muebles y objetos más queridos, y dilapidó parte de su fortuna pagando cifras astronómicas por un barco de vapor que la llevara a Gondoro. Los exploradores como Sam Baker la criticaron sin llegar a conocerla personalmente y se escandalizaron de que tres mujeres solas se adentraran en regiones habitadas por “salvajes” completamente desnudos.
La expedición Tinne fue una de las más trágicas de su tiempo, en su difícil travesía remontando el Nilo murieron casi todos sus miembros. Unos años más tarde, la misma Alexine sería asesinada en el Sáhara. Tenía treinta y tres años y con su muerte surgieron muchas leyendas en torno a su misteriosa desaparición en el desierto, había incluso quienes afirmaban que vivía alejada de la civilización casada con un gran jefe africano. Esta joven exploradora nunca publicó un libro de viajes pero llevó una vida de increíbles aventuras impensable para una mujer de su tiempo y clase social.
Alexine Tinne vino al mundo en La Haya en 1835 en el seno de una acomodada y aristocrática familia holandesa. Su padre, Philip, era un rico hombre de negocios que vivió largas temporadas en Surinam, antigua Guayana holandesa, donde poseía extensas plantaciones de caña de azúcar. Su madre, Harriett Van Capellen, hija de un barón y veinte años más joven que su esposo, era una mujer culta, inquieta, que idolatró a su única hija y la acompañó en sus peligrosas expediciones.
Ya de niña, en la mansión donde creció rodeada de toda clase de lujos y caprichos, soñaba con las historias que oía contar a su padre. Le hablaba de espesas junglas, bosques tropicales, animales salvajes y todo un mundo que despertaba la imaginación de la futura exploradora. Muy pronto empieza a viajar por Europa con sus padres y a una edad en que las muchachas de su clase se preparan para ser presentadas en sociedad y buscar marido, ella descubre la belleza de las ciudades italianas y ya habla tres idiomas.
Durante una de estas giras europeas, el padre de Alexine murió repentinamente. La baronesa Harriett Van Capellen –ahora una acaudalada viuda- decide seguir el viaje que tenían previsto y en compañía de su hija visitan Noruega, Polonia y Alemania. Hacia 1856 las Tinne recorrieron durante dos años los países de Oriente Medio. Alexine, que ya había cumplido los veintiún años, es una joven curiosa, culta y sobre todo una rica heredera que no desea perder el tiempo buscando un marido. Era además una buena pianista y dotada pintora como lo demuestran sus ilustraciones botánicas conservadas en el herbario de Viena. Su afición a la fotografía la llevó a convertir uno de sus carruajes en un auténtico cuarto oscuro donde revelaba sus negativos.
En este viaje Alexine tendrá su primer contacto con el Nilo. Aún no es una exploradora, tan sólo una rica turista que viaja con su elegante madre y se aloja en los mejores hoteles de El Cairo. Desde allí embarcan en un típico falucho y navegan el legendario río descubriendo el Egipto faraónico y monumental. Viajan a lo grande, disfrutando de su crucero, sentadas en cubierta sobre cómodos cojines, protegiéndose del sol con sombrillas, atendidas por solícitos sirvientes y pintando, leyendo o escribiendo cartas a la familia. Alexine no se contentará con navegar las aguas de este río africano sino que tratará de buscar su nacimiento siguiendo los pasos de Speke y Burton.
Cuando las dos intrépidas viajeras holandesas regresaron a su mansión de La Haya fueron recibidas como auténticas heroínas por amigos y familiares. Halib, el apuesto cocinero egipcio que contrataron en El Cairo, y Matruka, una perra afgana esbelta de pelo largo adquirida en Alejandría, se vinieron con ellas provocando un gran revuelo en el círculo social de las Tinne. La madre de Alexine estaba encantada de poder al fin descansar en su confortable casa y pensaba optimista no tenerla que abandonar nunca más. Agotada de aquella vida de trotamundos, se dedicó con esmero a decorar su mansión con los “souvenirs” adquiridos en su viaje, entre ellos un buen número de antigüedades egipcias. Y a organizar tertulias entre sus amistades para relatar con todo lujo de detalles su temeraria aventura en compañía de Alexine.
Mientras, Alexine pasa largas horas en la biblioteca, leyendo libros de historia y geografía, y consultando viejos mapas. Como cualquier explorador de su época, Alexine prepara a conciencia su gran viaje. Por aquel entonces el nacimiento del Nilo sigue siendo un misterio. John Speke en esos momentos busca financiación para regresar de nuevo a las orillas del lago Victoria y demostrar que el Nilo Blanco nace justamente allí. Alexine no necesita recurrir a la Royal Geographical Society, puede pagar de su bolsillo una expedición “faraónica” y sobre todo pasar a la historia protagonizando una gesta a la altura de sus posibilidades.
En julio de 1860 Alexine se embarcó desde Amsterdam hacia Marsella con sus sirvientes holandeses, sus doncellas Flora y Ana, un número indeterminado de perros –entre ellos su inseparable Matruka- y una montaña de maletas y baúles. Le acompaña su inseparable madre y tía Addy. Entre el equipaje, y como es de esperar en una expedición de elegantes y ricas damas, no falta de nada. Hay tiendas, sábanas, colchones, almohadas, catres, sillas, mesas, una biblioteca, un servicio de té de porcelana china y una cubertería de plata, además de caballetes, lienzos, pinturas, cuadernos, y toda clase de vestidos, enaguas, corsés, botines y sombreros. Amigos y familiares tratan de hacerlas entrar en razón pero ya es tarde, el barco zarpa rumbo a Egipto.
En El Cairo viven seis meses como auténticas princesas de Oriente. A principios de enero la expedición Tinne zarpaba rumbo a la ciudad sudanesa de Jartum. En aquel tiempo viajar desde la capital egipcia a Jartum era una auténtica epopeya y no sólo porque había que atravesar el duro desierto de Nubia, donde sin agua eras hombre muerto, sino porque en ese tramo del Nilo una serie de pequeñas cataratas hacía imposible la navegación. Durante dieciocho largos y tórridos días, las tres mujeres y su singular séquito de animales y sirvientes cabalgaron en sus camellos y burros por las dunas del desierto nubio. Tras un fatigoso viaje de tres meses llegaron finalmente a Jartum. A falta de buenos hoteles, las Tinne instalan su propio campamento a orillas del Nilo donde tratan de reponerse y organizarse. Están agotadas tras medir sus fuerzas con el árido desierto y montar a lomos de camello y de mula cientos de kilómetros. Sólo Alexine está animada y apenas se le nota el cansancio.
En 1862 las Tinne abandonan Jartum y la expedición compuesta de treinta y ocho personas, repartidas en el vapor que Harriett ha alquilado al gobernador general y un gran falucho donde viajan los animales. Se adentran lentamente en la región de los dinkas y a su paso las mujeres contemplan consternadas las columnas de esclavos que esperan su fatal destino. Hombres, mujeres y niños esperaban atados de pies y manos con gruesas cadenas para ser enviados a los mercados de Arabia, Persia o El Cairo. Aunque oficialmente el tráfico era ilegal se practicaba abiertamente fuera de las ciudades, en lugares apartados del desierto como éste.
Alexine se quedó horrorizada al ver cómo trataban especialmente a las mujeres, preferidas como mercancía por los negreros y a las que se les colocaba una pesada vara ahorquillada llamada sheba sobre sus hombros. Su cabeza quedaba sujeta por un travesaño, las manos eran atadas a la vara por una cadena pasada alrededor del cuello. Intentó aliviarles algo su sufrimiento pagando para que mataran varios bueyes y que les dieran de comer a todos. Cuando una mujer dinka se acercó a ella y le pidió que comprara a su hijo pequeño para salvarlo de una muerte segura, Alexine pagó por liberar a toda la familia que incluía seis personas. En una carta dirigida a sus familiares de La Haya escribiría: “Las orillas por donde pasábamos estaban cubiertas de grandes manchas negras, que al acercarme vi que eran negros apretados unos contra otros hasta el punto de que formaban una masa, de modo que así resultaba más fácil vigilarlos. Todos iban desnudos e incluso los niños iban encadenados”. La temeraria viajera ignora que serán justamente los traficantes de esclavos los que, entre otros, impedirán que alcance las fuentes del Nilo y su nombre pase a la Historia.
Las Tinne siguen su penosa travesía por las ciénagas y la jungla pantanosa de la región sudanesa rumbo a Gondokoro, centro de la trata de esclavos y un lugar hostil para los extranjeros. Las embarcaciones apenas pueden moverse entre la tupida vegetación, les rodean los hipopótamos, los cocodrilos y los mosquitos les atacan sin piedad. Poco a poco las viajeras se van acostumbrando a la terrible humedad y hacen la vida de siempre: cosen, escriben, dibujan y además recolectan plantas para su herbario.
A finales de septiembre de 1862 llegan a Gondokoro, una ciudad sucia y peligrosa, donde las temperaturas alcanzan los 50 grados y se mueven a sus anchas los mercaderes de esclavos y marfil. La llegada de estas tres ricas holandesas dispuestas a arriesgar su vida por llegar a la región de los grandes lagos, no pasó inadvertida. En Gondokoro el río Nilo deja de ser navegable y hay que adentrarse a pie hacia las tierras del interior. La mayoría de exploradores que llegan hasta este punto temen viajar más allá. Saben que los que lo han intentado no siempre regresan y si lo consiguen lo hacen muy enfermos, heridos o a punto de morir. Por eso Alexine no encuentra porteadores que quieran acompañar a una expedición formada sólo por mujeres blancas y un tanto excéntricas. Tampoco tienen víveres y les han advertido que los traficantes locales suelen dificultar el paso a los europeos que quieren explorar más allá de lo permitido.
Con todos los elementos en su contra, Alexine apenas tiene fuerza para discutir, cae enferma, víctima de las temidas fiebres y durante varios días permanece inconsciente, delirando junto a su madre. Cuando se recupera se da cuenta de que ni con todo el oro del mundo podrá reclutar personal para su expedición. Las fiebres y la mala salud de buena parte de su caravana la obligaron a regresar a Jartum.
De regreso, Alexine se niega a aceptar su derrota y planea un nuevo viaje igualmente arriesgado y con pocas posibilidades de éxito. Piensa en llegar a las tierras altas del África Central, pero esta vez elegirá a conciencia los miembros de su expedición. En Jartum tres científicos se apuntan a la aventura, su madre sigue con ella a pesar del agotamiento y tía Addy decide esperarlas en la ciudad, no está dispuesta a enfrentarse a los temidos caníbales. Durante tres meses, Alexine prepara a conciencia su atípica expedición, esta vez aún más faraónica que la anterior. La acompañan una escolta de setenta y un soldados provistos de municiones y una auténtica corte de sirvientes y doncellas. Llevaban provisiones para seis meses, incluidas ovejas, pollos, animales de transporte - entre ellos cuarenta burros, cuatro camellos y un par de mulas- así como el caballo pura sangre de Ali.
La extraordinaria epopeya tendrá su precio, en el transcurso del viaje a través de espesas junglas, pantanos y sabanas, morirán, víctimas de las fiebres, primero su madre y más tarde dos fieles criadas holandesas. La tía Addy decidió enviar una expedición de rescate rumbo a Wau, donde sabía que habían acampado su hermana y su sobrina. Cuando la caravana encontró finalmente a Alexine en enero de 1864 su expedición se hallaba al límite de las fuerzas. Apenas tenían comida ni agua y buena parte de sus miembros estaban gravemente enfermos. Los supervivientes llegaron a Jartum a principios de marzo. Alexine, aún no recuperada de las fiebres, se refugió en su dolor.
Pero aquí no acabaron las desgracias. Tía Addy no pudo soportar por mucho tiempo la pérdida de su querida hermana. Durante catorce meses había vivido sola y angustiada en Jartum, pendiente únicamente de las noticias que le traían los viajeros que llegaban del Alto Nilo. Dos meses más tarde murió de manera repentina sin que nada se pudiera hacer por salvarla. Alexine se queda sola y sintiéndose culpable de tantas muertes. Muchos la acusan de llevar a cabo una expedición ridícula e inútil, como la calificó Baker, y de conducir a la muerte a sus seres más queridos.
Jartum se había convertido en un lugar odioso para Alexine, que sólo pensaba en partir y olvidar los dramáticos sucesos que habían golpeado a su familia. El matrimonio Petherick que se dirigía a El Cairo la acompañó hasta Barbar, donde acampó durante dos meses y organizó una caravana para transportar por tierra sus delicadas colecciones de plantas. Cabalgó a través del desierto durante el tórrido verano hasta llegar al mar Rojo, allí pudo descansar en compañía de su joven criado sudanés Abdulah Bensaid, que no se separaría de ella hasta el final de sus días. Alexine se instaló en El Cairo en una confortable mansión junto con sus sirvientes y animales de compañía. En esta ciudad se quedó dieciocho meses. Los que la conocieron en aquella época dicen que adquirió un aire de mujer fatal, vestía como una mujer árabe holgadas túnicas, cabalgaba sola por el desierto y se rodeaba de extraños personajes.
En 1866, con mucha tristeza, Alexine cerró definitivamente su casa de El Cairo, envió la mayor parte de sus efectos personales a Inglaterra y alquiló un yate para navegar sin rumbo fijo por el Mediterráneo. Aunque sentía que sus dos expediciones africanas habían sido un completo fracaso, ignoraba que su llegada a Gondokoro en el barco de vapor había tenido una gran repercusión en la prensa británica. Es cierto que su expedición se había cobrado cuatro vidas y había aportado muy pocos conocimientos a lo que ya se sabía del Nilo. Sin embargo, su colección botánica, enviada al herbario imperial de la corte de Viena, impresionó a los expertos por su calidad y el número de nuevas especies incluidas. Con todo el material recogido en su viaje se publicó un hermoso libro, Plantae Tinneanae, que incluía una narración de la expedición por el río Bahr el Ghazal y un buen número de magníficas ilustraciones florales dibujadas por Alexine. En la primera página se incluyó un retrato de Harriet van Capellen, a quien va dedicado el libro. La aristócrata holandesa se gastó quince mil libras (cerca de un millón trescientos cincuenta mil euros) en su sueño africano.
Alexine nunca regresó a su ciudad natal aunque su hermanastro John la visitó en El Cairo y trató de convencerla para que se fuera a vivir con él a Inglaterra. En 1867 se instaló en Argel, donde tras unos años de vida nómada decidió quedarse una temporada. Aún no sabía muy bien qué rumbo tomar, soñaba con atravesar el Sahara, continuar hacia Tombuctú o partir hacia el lago Chad para intentar cruzar África. Fue inevitable que sintiera la llamada del Sáhara, aunque muy pocos occidentales se habían atrevido a explorar este vasto desierto y los que lo consiguieron habían muerto violentamente a manos de los bandidos o víctimas de las enfermedades. En los tiempos de Alexine eran frecuentes los asaltos a las caravanas, que no podían viajar sin la protección de las tribus que allí habitaban.
Como otros viajeros anteriores a ella, Alexine se mostró muy atraída por los misteriosos tuaregs, dueños y señores del desierto que luchaban hasta la muerte por defender sus territorios. Se propuso aprender su lengua, el tamachek, sus antiguas costumbres y preparar un ambicioso viaje por este inabarcable mar de arena. En octubre de 1868 la viajera se instala en la ciudad libia de Trípoli, entonces bajo dominio otomano, y donde el comercio de esclavos era aún más terrible que en el Nilo. Durante dos meses prepara a conciencia su viaje al Sáhara y adquiere un buen número de regalos para ofrecer a los jefes tuaregs que encontrara en su travesía. Pero lo que más llamaba la atención a los nativos eran los monumentales tanques metálicos que Alexine mandó construir para guardar en ellos el agua necesaria para el fatigoso viaje.
A finales de enero de 1869 las autoridades permitieron a la dama holandesa y su interminable caravana partir hacia Murzuch. Aquí, en el norte de África, organizó su expedición más espléndida compuesta por ciento treinta y cinco camellos y una gran cantidad de sirvientes, algunos esclavos liberados africanos que no había querido dejar en Sudán por miedo a que fueran capturados por los traficantes. Alexine, vestida como una beduina y al frente de su columna, tardó algo más de un mes en recorrer los novecientos kilómetros que la separaban de Murzuch, siendo la primera occidental que llegaba a un punto tan lejano del Sáhara. La prensa internacional se hizo eco de esta noticia aunque Alexine nunca llegará a saberlo. Cuando llegó a la ciudad se instaló como siempre en una gran casa con su corte de criados y doncellas y se recuperó de la malaria que estuvo a punto de acabar con su vida. Los habitantes de Murzuch creían que la mujer blanca era la hija de un rey. No podían comprender qué hacía en un lugar tan remoto una europea sola, sin esposo y sin hijos.
Tras entrevistarse con los jefes tuaregs que le garantizaron su protección para seguir hacia el sur, Alexine emprendió su camino y reorganizó su caravana. Se sentía fascinada ante la presencia de aquellos elegantes hombres nómadas del desierto, envueltos en vaporosas túnicas negras y turbantes que ocultaban su rostro. En los días siguientes, la viajera disfrutó de la vida en el desierto; acampaban de noche en las dunas bajo el cielo estrellado y le gustaba sentarse con sus criados y doncellas junto al fuego recordando sus aventuras pasadas. Cuando los tuaregs a lomos de sus camellos la visitaban, ella se ponía su túnica más espléndida y se sentaba como una princesa en su palanquín colgado entre dos camellos.
TRÁGICA MUERTE
Muy poco se sabe de lo que realmente ocurrió a Alexine desde que abandonó Murzuch. Se conserva, eso sí, una carta escrita por ella a su hermanastro John, donde por primera vez aparece preocupada por su seguridad: “A mí no me gusta estar siempre hablando de la muerte, pero es algo que no se puede evitar cuando estás en estos países sin ley, si algo me ocurriera te ruego que seas amable con mis pobres y fieles sirvientes”. Al parecer el viaje fue muy tranquilo hasta el 1 de agosto, mientras se preparaban para levantar el campamento que habían instalado a sólo cinco días de la ciudad y proseguir la marcha, un altercado entre los camelleros alertó a Alexine. Cuando salió de su tienda para ver qué ocurría, un hombre le cortó la mano con un sable y le golpeó en la cabeza. La mujer perdió el conocimiento y cayó al suelo pero no murió en el acto. Según los testigos que presenciaron el horrible crimen, Alexine yació herida durante varias horas desangrándose delante de sus sirvientes a los que impidieron ayudarla.
Una vez muerta, los tuaregs le robaron todas sus pertenencias aunque descubrieron decepcionados que los grandes tanques que transportaba la caravana no contenían las riquezas que imaginaban, tan sólo litros de agua para sobrevivir en el desierto. Alexine fue enterrada en las arenas del desierto rodeada de algunos de sus más fieles sirvientes. La llamada “sultana blanca” murió sola en el desierto del Sáhara y se convirtió pronto en una leyenda. Tenía treinta y tres años y su único deseo era el de ser recordada como una gran exploradora que llegó allí donde ningún blanco se había atrevido a poner el pie.
Veintiséis años después de su muerte, The Daily Telegraph publicó un extenso reportaje según el cual Alexine Tinne aún vivía. Contaba la increíble historia de que la viajera había sido capturada y vendida a un importante jefe local con el que había tenido tres hijos y que se había convertido en una persona muy respetada en el desierto donde la apodaban“La Croyente” (La creyente). Leyendas como ésta circularon durante muchos años por el norte de África, en parte, porque nunca se recuperó su cuerpo y las arenas del desierto borraron las huellas del lugar donde fue enterrada. Pero el testimonio de los cinco supervivientes de la masacre, que presenciaron su asesinato, nunca se cuestionó. Su reconocida generosidad perduró más allá de su desaparición y sus fieles sirvientes recibieron durante años, puntualmente, una pensión mensual de la familia Tinne.
Mientras, Alexine pasa largas horas en la biblioteca, leyendo libros de historia y geografía, y consultando viejos mapas. Como cualquier explorador de su época, Alexine prepara a conciencia su gran viaje. Por aquel entonces el nacimiento del Nilo sigue siendo un misterio. John Speke en esos momentos busca financiación para regresar de nuevo a las orillas del lago Victoria y demostrar que el Nilo Blanco nace justamente allí. Alexine no necesita recurrir a la Royal Geographical Society, puede pagar de su bolsillo una expedición “faraónica” y sobre todo pasar a la historia protagonizando una gesta a la altura de sus posibilidades.
En julio de 1860 Alexine se embarcó desde Amsterdam hacia Marsella con sus sirvientes holandeses, sus doncellas Flora y Ana, un número indeterminado de perros –entre ellos su inseparable Matruka- y una montaña de maletas y baúles. Le acompaña su inseparable madre y tía Addy. Entre el equipaje, y como es de esperar en una expedición de elegantes y ricas damas, no falta de nada. Hay tiendas, sábanas, colchones, almohadas, catres, sillas, mesas, una biblioteca, un servicio de té de porcelana china y una cubertería de plata, además de caballetes, lienzos, pinturas, cuadernos, y toda clase de vestidos, enaguas, corsés, botines y sombreros. Amigos y familiares tratan de hacerlas entrar en razón pero ya es tarde, el barco zarpa rumbo a Egipto.
En El Cairo viven seis meses como auténticas princesas de Oriente. A principios de enero la expedición Tinne zarpaba rumbo a la ciudad sudanesa de Jartum. En aquel tiempo viajar desde la capital egipcia a Jartum era una auténtica epopeya y no sólo porque había que atravesar el duro desierto de Nubia, donde sin agua eras hombre muerto, sino porque en ese tramo del Nilo una serie de pequeñas cataratas hacía imposible la navegación. Durante dieciocho largos y tórridos días, las tres mujeres y su singular séquito de animales y sirvientes cabalgaron en sus camellos y burros por las dunas del desierto nubio. Tras un fatigoso viaje de tres meses llegaron finalmente a Jartum. A falta de buenos hoteles, las Tinne instalan su propio campamento a orillas del Nilo donde tratan de reponerse y organizarse. Están agotadas tras medir sus fuerzas con el árido desierto y montar a lomos de camello y de mula cientos de kilómetros. Sólo Alexine está animada y apenas se le nota el cansancio.
En 1862 las Tinne abandonan Jartum y la expedición compuesta de treinta y ocho personas, repartidas en el vapor que Harriett ha alquilado al gobernador general y un gran falucho donde viajan los animales. Se adentran lentamente en la región de los dinkas y a su paso las mujeres contemplan consternadas las columnas de esclavos que esperan su fatal destino. Hombres, mujeres y niños esperaban atados de pies y manos con gruesas cadenas para ser enviados a los mercados de Arabia, Persia o El Cairo. Aunque oficialmente el tráfico era ilegal se practicaba abiertamente fuera de las ciudades, en lugares apartados del desierto como éste.
Alexine se quedó horrorizada al ver cómo trataban especialmente a las mujeres, preferidas como mercancía por los negreros y a las que se les colocaba una pesada vara ahorquillada llamada sheba sobre sus hombros. Su cabeza quedaba sujeta por un travesaño, las manos eran atadas a la vara por una cadena pasada alrededor del cuello. Intentó aliviarles algo su sufrimiento pagando para que mataran varios bueyes y que les dieran de comer a todos. Cuando una mujer dinka se acercó a ella y le pidió que comprara a su hijo pequeño para salvarlo de una muerte segura, Alexine pagó por liberar a toda la familia que incluía seis personas. En una carta dirigida a sus familiares de La Haya escribiría: “Las orillas por donde pasábamos estaban cubiertas de grandes manchas negras, que al acercarme vi que eran negros apretados unos contra otros hasta el punto de que formaban una masa, de modo que así resultaba más fácil vigilarlos. Todos iban desnudos e incluso los niños iban encadenados”. La temeraria viajera ignora que serán justamente los traficantes de esclavos los que, entre otros, impedirán que alcance las fuentes del Nilo y su nombre pase a la Historia.
Las Tinne siguen su penosa travesía por las ciénagas y la jungla pantanosa de la región sudanesa rumbo a Gondokoro, centro de la trata de esclavos y un lugar hostil para los extranjeros. Las embarcaciones apenas pueden moverse entre la tupida vegetación, les rodean los hipopótamos, los cocodrilos y los mosquitos les atacan sin piedad. Poco a poco las viajeras se van acostumbrando a la terrible humedad y hacen la vida de siempre: cosen, escriben, dibujan y además recolectan plantas para su herbario.
A finales de septiembre de 1862 llegan a Gondokoro, una ciudad sucia y peligrosa, donde las temperaturas alcanzan los 50 grados y se mueven a sus anchas los mercaderes de esclavos y marfil. La llegada de estas tres ricas holandesas dispuestas a arriesgar su vida por llegar a la región de los grandes lagos, no pasó inadvertida. En Gondokoro el río Nilo deja de ser navegable y hay que adentrarse a pie hacia las tierras del interior. La mayoría de exploradores que llegan hasta este punto temen viajar más allá. Saben que los que lo han intentado no siempre regresan y si lo consiguen lo hacen muy enfermos, heridos o a punto de morir. Por eso Alexine no encuentra porteadores que quieran acompañar a una expedición formada sólo por mujeres blancas y un tanto excéntricas. Tampoco tienen víveres y les han advertido que los traficantes locales suelen dificultar el paso a los europeos que quieren explorar más allá de lo permitido.
Con todos los elementos en su contra, Alexine apenas tiene fuerza para discutir, cae enferma, víctima de las temidas fiebres y durante varios días permanece inconsciente, delirando junto a su madre. Cuando se recupera se da cuenta de que ni con todo el oro del mundo podrá reclutar personal para su expedición. Las fiebres y la mala salud de buena parte de su caravana la obligaron a regresar a Jartum.
De regreso, Alexine se niega a aceptar su derrota y planea un nuevo viaje igualmente arriesgado y con pocas posibilidades de éxito. Piensa en llegar a las tierras altas del África Central, pero esta vez elegirá a conciencia los miembros de su expedición. En Jartum tres científicos se apuntan a la aventura, su madre sigue con ella a pesar del agotamiento y tía Addy decide esperarlas en la ciudad, no está dispuesta a enfrentarse a los temidos caníbales. Durante tres meses, Alexine prepara a conciencia su atípica expedición, esta vez aún más faraónica que la anterior. La acompañan una escolta de setenta y un soldados provistos de municiones y una auténtica corte de sirvientes y doncellas. Llevaban provisiones para seis meses, incluidas ovejas, pollos, animales de transporte - entre ellos cuarenta burros, cuatro camellos y un par de mulas- así como el caballo pura sangre de Ali.
La extraordinaria epopeya tendrá su precio, en el transcurso del viaje a través de espesas junglas, pantanos y sabanas, morirán, víctimas de las fiebres, primero su madre y más tarde dos fieles criadas holandesas. La tía Addy decidió enviar una expedición de rescate rumbo a Wau, donde sabía que habían acampado su hermana y su sobrina. Cuando la caravana encontró finalmente a Alexine en enero de 1864 su expedición se hallaba al límite de las fuerzas. Apenas tenían comida ni agua y buena parte de sus miembros estaban gravemente enfermos. Los supervivientes llegaron a Jartum a principios de marzo. Alexine, aún no recuperada de las fiebres, se refugió en su dolor.
Pero aquí no acabaron las desgracias. Tía Addy no pudo soportar por mucho tiempo la pérdida de su querida hermana. Durante catorce meses había vivido sola y angustiada en Jartum, pendiente únicamente de las noticias que le traían los viajeros que llegaban del Alto Nilo. Dos meses más tarde murió de manera repentina sin que nada se pudiera hacer por salvarla. Alexine se queda sola y sintiéndose culpable de tantas muertes. Muchos la acusan de llevar a cabo una expedición ridícula e inútil, como la calificó Baker, y de conducir a la muerte a sus seres más queridos.
Jartum se había convertido en un lugar odioso para Alexine, que sólo pensaba en partir y olvidar los dramáticos sucesos que habían golpeado a su familia. El matrimonio Petherick que se dirigía a El Cairo la acompañó hasta Barbar, donde acampó durante dos meses y organizó una caravana para transportar por tierra sus delicadas colecciones de plantas. Cabalgó a través del desierto durante el tórrido verano hasta llegar al mar Rojo, allí pudo descansar en compañía de su joven criado sudanés Abdulah Bensaid, que no se separaría de ella hasta el final de sus días. Alexine se instaló en El Cairo en una confortable mansión junto con sus sirvientes y animales de compañía. En esta ciudad se quedó dieciocho meses. Los que la conocieron en aquella época dicen que adquirió un aire de mujer fatal, vestía como una mujer árabe holgadas túnicas, cabalgaba sola por el desierto y se rodeaba de extraños personajes.
En 1866, con mucha tristeza, Alexine cerró definitivamente su casa de El Cairo, envió la mayor parte de sus efectos personales a Inglaterra y alquiló un yate para navegar sin rumbo fijo por el Mediterráneo. Aunque sentía que sus dos expediciones africanas habían sido un completo fracaso, ignoraba que su llegada a Gondokoro en el barco de vapor había tenido una gran repercusión en la prensa británica. Es cierto que su expedición se había cobrado cuatro vidas y había aportado muy pocos conocimientos a lo que ya se sabía del Nilo. Sin embargo, su colección botánica, enviada al herbario imperial de la corte de Viena, impresionó a los expertos por su calidad y el número de nuevas especies incluidas. Con todo el material recogido en su viaje se publicó un hermoso libro, Plantae Tinneanae, que incluía una narración de la expedición por el río Bahr el Ghazal y un buen número de magníficas ilustraciones florales dibujadas por Alexine. En la primera página se incluyó un retrato de Harriet van Capellen, a quien va dedicado el libro. La aristócrata holandesa se gastó quince mil libras (cerca de un millón trescientos cincuenta mil euros) en su sueño africano.
Alexine nunca regresó a su ciudad natal aunque su hermanastro John la visitó en El Cairo y trató de convencerla para que se fuera a vivir con él a Inglaterra. En 1867 se instaló en Argel, donde tras unos años de vida nómada decidió quedarse una temporada. Aún no sabía muy bien qué rumbo tomar, soñaba con atravesar el Sahara, continuar hacia Tombuctú o partir hacia el lago Chad para intentar cruzar África. Fue inevitable que sintiera la llamada del Sáhara, aunque muy pocos occidentales se habían atrevido a explorar este vasto desierto y los que lo consiguieron habían muerto violentamente a manos de los bandidos o víctimas de las enfermedades. En los tiempos de Alexine eran frecuentes los asaltos a las caravanas, que no podían viajar sin la protección de las tribus que allí habitaban.
Como otros viajeros anteriores a ella, Alexine se mostró muy atraída por los misteriosos tuaregs, dueños y señores del desierto que luchaban hasta la muerte por defender sus territorios. Se propuso aprender su lengua, el tamachek, sus antiguas costumbres y preparar un ambicioso viaje por este inabarcable mar de arena. En octubre de 1868 la viajera se instala en la ciudad libia de Trípoli, entonces bajo dominio otomano, y donde el comercio de esclavos era aún más terrible que en el Nilo. Durante dos meses prepara a conciencia su viaje al Sáhara y adquiere un buen número de regalos para ofrecer a los jefes tuaregs que encontrara en su travesía. Pero lo que más llamaba la atención a los nativos eran los monumentales tanques metálicos que Alexine mandó construir para guardar en ellos el agua necesaria para el fatigoso viaje.
A finales de enero de 1869 las autoridades permitieron a la dama holandesa y su interminable caravana partir hacia Murzuch. Aquí, en el norte de África, organizó su expedición más espléndida compuesta por ciento treinta y cinco camellos y una gran cantidad de sirvientes, algunos esclavos liberados africanos que no había querido dejar en Sudán por miedo a que fueran capturados por los traficantes. Alexine, vestida como una beduina y al frente de su columna, tardó algo más de un mes en recorrer los novecientos kilómetros que la separaban de Murzuch, siendo la primera occidental que llegaba a un punto tan lejano del Sáhara. La prensa internacional se hizo eco de esta noticia aunque Alexine nunca llegará a saberlo. Cuando llegó a la ciudad se instaló como siempre en una gran casa con su corte de criados y doncellas y se recuperó de la malaria que estuvo a punto de acabar con su vida. Los habitantes de Murzuch creían que la mujer blanca era la hija de un rey. No podían comprender qué hacía en un lugar tan remoto una europea sola, sin esposo y sin hijos.
Tras entrevistarse con los jefes tuaregs que le garantizaron su protección para seguir hacia el sur, Alexine emprendió su camino y reorganizó su caravana. Se sentía fascinada ante la presencia de aquellos elegantes hombres nómadas del desierto, envueltos en vaporosas túnicas negras y turbantes que ocultaban su rostro. En los días siguientes, la viajera disfrutó de la vida en el desierto; acampaban de noche en las dunas bajo el cielo estrellado y le gustaba sentarse con sus criados y doncellas junto al fuego recordando sus aventuras pasadas. Cuando los tuaregs a lomos de sus camellos la visitaban, ella se ponía su túnica más espléndida y se sentaba como una princesa en su palanquín colgado entre dos camellos.
TRÁGICA MUERTE
Muy poco se sabe de lo que realmente ocurrió a Alexine desde que abandonó Murzuch. Se conserva, eso sí, una carta escrita por ella a su hermanastro John, donde por primera vez aparece preocupada por su seguridad: “A mí no me gusta estar siempre hablando de la muerte, pero es algo que no se puede evitar cuando estás en estos países sin ley, si algo me ocurriera te ruego que seas amable con mis pobres y fieles sirvientes”. Al parecer el viaje fue muy tranquilo hasta el 1 de agosto, mientras se preparaban para levantar el campamento que habían instalado a sólo cinco días de la ciudad y proseguir la marcha, un altercado entre los camelleros alertó a Alexine. Cuando salió de su tienda para ver qué ocurría, un hombre le cortó la mano con un sable y le golpeó en la cabeza. La mujer perdió el conocimiento y cayó al suelo pero no murió en el acto. Según los testigos que presenciaron el horrible crimen, Alexine yació herida durante varias horas desangrándose delante de sus sirvientes a los que impidieron ayudarla.
Una vez muerta, los tuaregs le robaron todas sus pertenencias aunque descubrieron decepcionados que los grandes tanques que transportaba la caravana no contenían las riquezas que imaginaban, tan sólo litros de agua para sobrevivir en el desierto. Alexine fue enterrada en las arenas del desierto rodeada de algunos de sus más fieles sirvientes. La llamada “sultana blanca” murió sola en el desierto del Sáhara y se convirtió pronto en una leyenda. Tenía treinta y tres años y su único deseo era el de ser recordada como una gran exploradora que llegó allí donde ningún blanco se había atrevido a poner el pie.
Veintiséis años después de su muerte, The Daily Telegraph publicó un extenso reportaje según el cual Alexine Tinne aún vivía. Contaba la increíble historia de que la viajera había sido capturada y vendida a un importante jefe local con el que había tenido tres hijos y que se había convertido en una persona muy respetada en el desierto donde la apodaban“La Croyente” (La creyente). Leyendas como ésta circularon durante muchos años por el norte de África, en parte, porque nunca se recuperó su cuerpo y las arenas del desierto borraron las huellas del lugar donde fue enterrada. Pero el testimonio de los cinco supervivientes de la masacre, que presenciaron su asesinato, nunca se cuestionó. Su reconocida generosidad perduró más allá de su desaparición y sus fieles sirvientes recibieron durante años, puntualmente, una pensión mensual de la familia Tinne.
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