Ted Bundy en sus declaraciones a la policía
Theodore Robert Cowell nació el 24 de noviembre de 1946. Su madre fue Louise Cowell y su padre un veterano de la fuerza aérea cuya identidad permaneció desconocida para Bundy durante toda su vida.
La casa donde creció Ted Bundy
Tras el nacimiento de Ted, Louise se fue a vivir con sus padres. A Ted le hicieron creer que sus abuelos eran sus padres y que su madre biológica era su hermana mayor, con el objetivo de proteger a la joven de la condena social contra las madres solteras. Con el tiempo, Ted se enteraría del engaño.
Los padres y la hermana mayor de Ted
Cuando Ted tenía cuatro años, él y su madre se mudaron a Tacoma (Washington) para vivir con otros parientes. Su madre se enamoró de un cocinero del ejército llamado Johnnie Culpepper Bundy y en mayo de 1951 la pareja se casó. De ese modo, Ted asumió el apellido Bundy, que conservaría toda la vida.
Ted Bundy cuando era niño
El nuevo matrimonio fructificó con cuatro hermanos más para Ted Bundy y a pesar de que Johnnie trataba de formar un lazo afectivo de padre a hijo con Ted incluyéndolo en todas las actividades familiares, este nunca se consolidó.
En Seattle, Ted tuvo que recoger legumbres con su padrastro para sobrevivir, lo que lo hizo sentirse siempre muy humillado.
Durante su adolescencia se dedicó a robar autos y objetos de lujo para poder alardear del estilo de la clase media-alta que tan desesperadamente codiciaba, y en sus primeros años de adulto, inició una compulsiva búsqueda de una doble legitimación social mediante su matrimonio con una mujer de la alta sociedad y el estatus de abogado.
Autorretrato realizado por Bundy
Ted fue a clases a la universidad de Washington y a la Puget Sound. Era un estudiante aplicado que obtenía buenas calificaciones.
Ted Bundy en el anuario escolar
En la primavera de 1967 entabló una relación amorosa con Stephanie Brooks, una joven hermosa, inteligente, sofisticada y de buena familia proveniente de San Francisco, quien cambiaría para siempre la existencia de Ted. Ella era su compañera en la Facultad de Psicología, donde Ted Bundy estudiaba. Él siempre había anhelado tener una mujer rica, guapa, lista y con clase; la muchacha era su sueño materializado. Además, la chica lo amaba.
Ted Bundy y Stephanie Brooks: los días felices
Pero en 1969, año en que Stephanie se graduó en Psicología, la muchacha decidió terminar su relación con Bundy; había notado la extraña personalidad del joven, sobre todo la falta de dirección y de objetivos claros en su vida.
Ted nunca se recuperaría de la ruptura. Aquella muchacha se convirtió en una obsesión e intentó seguir en contacto con ella escribiéndole cartas, aunque ella no cambiara de decisión.
Las cartas de Bundy:
Bundy disertando sobre Derecho
En esta época inició un nuevo romance con Meg Anders que duraría varios años. Ella venía de un reciente divorcio, tenía una hija pequeña y veía a Ted como un excelente partido. A pesar de que sabía que él no la amaba, que tampoco deseaba casarse y que mantenía relaciones con otras mujeres, guardaba la esperanza de que cambiara para bien y que finalmente sentara cabeza al lado de ella y su hija.
Bundy y Meg Anders, su amante durante muchos años
Meg desconocía la pasada relación de Bundy con Stephanie y que aún mantenían comunicación. Bundy siempre le pedía que, mientras hacían el amor, se quedara completamente quieta, fingiendo estar muerta; sólo así podía alcanzar el orgasmo. Años después, Meg Anders narraría sus años al lado de Bundy en un libro publicado bajo el pseudónimo de “Elizabeth Kendall”.
Entre 1969 y 1972 todo marchaba bien. Bundy enviaba solicitudes de admisión a varias escuelas de Derecho y estaba involucrado en actividades comunitarias. Sobre los estudios de Derecho, afirmó: “Veo en la abogacía una respuesta a la búsqueda del orden”.
En una muestra de heroísmo, Ted Bundy obtuvo una condecoración de la policía de Seattle por salvar a un niño de tres años de edad de morir ahogado.
También detuvo a un carterista y logró recuperar la cartera que había robado, devolviéndosela a su legítimo dueño.
Bundy se construyó una facha de político y estaba involucrado con figuras importantes del Partido Republicano; fue parte de la campaña para reelegir al gobernador de Washington y estuvo muy cerca de Rosalynn Carter, la primera dama y esposa del presidente Jimmy Carter. Como dato curioso, Rosalynn Carter también convivió con otros dos asesinos famosos, cercanos al Partido Republicano: John Wayne Gacy, “El Payaso Asesino” y el reverendo Jim Jones, responsable del suicidio colectivo en Jonestown, Guyana.
En un viaje de trabajo a California en 1973, se reencontró con su antigua novia. Al verlo quedó impresionada por el enorme cambio experimentado por Bundy, y el tema del matrimonio salió a flote en varios de los encuentros amorosos que ambos sostuvieron en el verano e invierno. Ante estos cortejos, la chica volvió a enamorarse de Bundy, pero él repentinamente terminó la relación.
Para febrero de 1974 consumó su simbólica venganza no devolviéndole ninguna llamada más a Stephanie. Ella jamás volvió a tener contacto con Bundy, pero dejó su marca en la psique de su amante: la mayoría de las víctimas de Bundy serían mujeres blancas, atractivas, de cabello negro lacio y con raya en medio.
No se sabe con precisión a cuántas mujeres mató, pues nunca hizo una confesión completa. Se suele aceptar que asesinó al menos a veinte, y se sospecha que pudo llegar a matar hasta a cuarenta, lo que lo convertiría en uno de los peores asesinos múltiples de los tiempos modernos. Al igual que Ed Kemper, sólo buscaba a sus presas en la clase media. Como era a la vez apuesto e inteligente, cobró fuerza la idea de que era una especie de “enigma”.
Entre 1969 y 1972 todo marchaba bien. Bundy enviaba solicitudes de admisión a varias escuelas de Derecho y estaba involucrado en actividades comunitarias. Sobre los estudios de Derecho, afirmó: “Veo en la abogacía una respuesta a la búsqueda del orden”.
Ted Bundy en su foto de graduación como abogado
En una muestra de heroísmo, Ted Bundy obtuvo una condecoración de la policía de Seattle por salvar a un niño de tres años de edad de morir ahogado.
También detuvo a un carterista y logró recuperar la cartera que había robado, devolviéndosela a su legítimo dueño.
Bundy en 1973
Bundy se construyó una facha de político y estaba involucrado con figuras importantes del Partido Republicano; fue parte de la campaña para reelegir al gobernador de Washington y estuvo muy cerca de Rosalynn Carter, la primera dama y esposa del presidente Jimmy Carter. Como dato curioso, Rosalynn Carter también convivió con otros dos asesinos famosos, cercanos al Partido Republicano: John Wayne Gacy, “El Payaso Asesino” y el reverendo Jim Jones, responsable del suicidio colectivo en Jonestown, Guyana.
Pinturas y dibujos realizados por Bundy
Para febrero de 1974 consumó su simbólica venganza no devolviéndole ninguna llamada más a Stephanie. Ella jamás volvió a tener contacto con Bundy, pero dejó su marca en la psique de su amante: la mayoría de las víctimas de Bundy serían mujeres blancas, atractivas, de cabello negro lacio y con raya en medio.
No se sabe con precisión a cuántas mujeres mató, pues nunca hizo una confesión completa. Se suele aceptar que asesinó al menos a veinte, y se sospecha que pudo llegar a matar hasta a cuarenta, lo que lo convertiría en uno de los peores asesinos múltiples de los tiempos modernos. Al igual que Ed Kemper, sólo buscaba a sus presas en la clase media. Como era a la vez apuesto e inteligente, cobró fuerza la idea de que era una especie de “enigma”.
Las víctimas de Bundy en una revista
Bundy cometió varios hurtos pequeños en casas y comercios, siempre tras haber consumido alcohol. La aparición de sus primeros rasgos psicopáticos se produjo en su juventud. Le gustaba espiar a las chicas mientras se cambiaban de ropa para verlas desnudas. También leía revistas de pornografía y después se sumergió en lecturas donde la violencia era la condicionante de la sexualidad.
Bundy arrestado tras cometer un robo
Su labor empezó a insinuarse en 1972. Haciendo el amor con un ligue casual, le presionó en el cuello con el brazo y siguió apretando hasta que su pareja tuvo dificultades para respirar. Ella gritó, pero él no reaccionó: no retiró el brazo hasta después de alcanzar el clímax, según la mujer; al parecer, no se dio cuenta de lo que hacía. A los pocos meses de aquel incidente, empezó a asfixiar a su amante mientras hacían el amor, experimento al que ella puso fin después de que él empezara a estrangularla, como en un trance.
Poco después, Bundy siguió a una mujer que acababa de salir de un bar y se había adentrado en un callejón oscuro. Encontró un grueso listón para madera en un callejón y la adelantó a buen paso, ocultándose en un lugar en el que creía que sus caminos se cruzarían; pero, para su decepción, ella entró en su casa antes de tropezarse con él.
Ilustración de Rocko
Excitado por las expectativas que le había deparado esta experiencia, empezó a seguir a otras mujeres, y finalmente golpeó a una con una porra mientras buscaba nerviosa las llaves delante de la puerta de su casa. La mujer lanzó un grito y cayó al suelo; presa de pánico por la gravedad de lo que había hecho, Bundy huyó corriendo.
Retrato robot del atacante
Con el tiempo, dominó la técnica y el miedo lo suficiente como para convertirse en un asaltante eficaz. El 4 de enero de 1974, Bundy cruzó la línea. Atacó en su barrio, el barrio universitario de Seattle, Washington. Entró al cuarto de Joni Lenz, estudiante de universidad de dieciocho años, y la golpeó con una barra metálica en la cabeza, dejándola inconsciente. Después quitó una pieza de la cama de la víctima y la penetró vaginalmente con ella, desgarrándola. Al día siguiente la chica fue encontrada tirada en medio de un charco de sangre. Aunque sobrevivió, quedó en coma varios meses y sufrió daño cerebral permanente.
Bundy mató por primera vez unas semanas después. La noche del 31 de enero de 1974, Lynda Ann Healy, estudiante de psicología de veintiún años en la universidad de Washington, y que trabajaba con niños retrasados, se hallaba dormida en el apartamento sótano de la casa que compartía con otras cuatro chicas. Bundy entró en la casa al parecer por una puerta que no habían cerrado, dejó a Lynda sin sentido con un fuerte golpe y luego la amordazó, le quitó el camisón, que colgó en el armario, y volvió a hacer la cama para dar la impresión de que nadie había dormido en ella. Después la sacó por la ventana.
Linda Ann Healy
Al describir el rapto en el curioso estilo “hipotético” en tercera persona que adoptaría tiempo después ante sus biógrafos, Bundy dijo que el atacante:
“probablemente la colocaría en el asiento trasero del coche y la taparía con algo (…) Digamos que decidió llevarla a un lugar apartado que se le acababa de ocurrir. Una vez llegado a este punto, en el que no tenía miedo de alarmar al vecindario con voces, ritos o lo que fuera, desataría a la mujer (…) Luego la mandaría desnudarse y con esa parte de sí mismo satisfecha, se vería en una situación en la que se daría cuenta de que no podía dejarla marchar. En ese punto la mataría y dejaría su cuerpo donde lo había cogido”.
No está claro cuánto retuvo el cadáver antes de deshacerse de él en su cementerio particular, en los bosques próximos a Seattle, pero no es probable que fuera durante mucho tiempo. Le costó seis semanas recuperarse del miedo que le inspiró este primer asesinato y recuperar la confianza suficiente para volver a matar.
El 12 de marzo de 1974 convenció a la estudiante de diecinueve años, Donna Gail Manson, para que se subiera a su coche mientras ella recorría a pie la corta distancia que separaba su colegio mayor del Evergreen State College, en Olympia, Washington, donde iba a celebrarse un concierto de jazz. Su cadáver nunca fue recuperado.
Donna Gail Manson
Bundy en un aula universitaria
Tres días después, en el mismo campus, abordó a otra estudiante. Esta vez llevaba un brazo en cabestrillo y el otro sujeto con una ortopedia metálica, e hizo como que se le caían los libros. Ella se prestó voluntariamente a ayudarlo, pero receló y no quiso agacharse para darle las llaves que se le habían “caído” junto al coche, y lo dejó plantado.
Pero, unos momentos después, tuvo más suerte. La estudiante de biología Susan Rancourt acababa de salir de una reunión de futuros consejeros del Colegio Mayor y se dirigía a su habitación. Él le salió al paso, presumiblemente utilizando la misma treta.
Susan Rancourt
Le aplastó el cráneo con un objeto contundente, luego la secuestró, violó y asesinó, arrojando finalmente su cuerpo junto al de Lynda Healy, en una pendiente arbolada. Susan Rancourt era la tercera mujer que asesinaba.
Menos de tres semanas después, el 6 de mayo de 1974, volvía a matar. Kathy Parks, estudiante de Historia de las Religiones en la Oregon State University de Corvallis, salía de su colegio mayor para tomar un café con unos amigos en el Edificio del Sindicato de Estudiantes. La abordó mientras ella recorría esta corta distancia y luego la secuestró, violó y asesinó. Bundy había hecho 260 millas para llegar a Corvallis, según dijo a Michaud y Aynesworth, “con el fin de cometer un crimen que no asociaran con sus otros crímenes”.
Kathy Parks
“Digamos que estaba tomando algo en la cafetería y (él) estaba sentado a su lado y empezaron a hablar, y haciéndole creer que estudiaba allí, le sugirió salir juntos a comer o beber algo. O bien él estuvo lo suficientemente convincente o bien ella estaba lo suficientemente deprimida para aceptar su invitación. Por supuesto, una vez que entró en el coche, él la puso en la posición que quería y pudo entonces tener control sobre ella (...) Digamos que cuanto más se aleja él de la zona poblada, más incómoda se siente ella probablemente (...) y por supuesto, cuando frenó y paró, no había prácticamente nada que ella pudiera hacer (...) Se sometería a cualquier instrucción que él le diera, por miedo”.
Después de la violación, Bundy sugirió que había llevado a la joven a Seattle viva. La condujo hasta su cementerio, volvió a violarla y “en aquel punto la mató. Ya fuera en el coche, ya la obligara a alejarse a pie de la carretera, la mató en un lugar apartado”.
Para cometer el quinto asesinato cambió de método. El 1 de junio de 1974, de madrugada, recogió a Brenda Ball, de veintidós años, en la puerta de un bar de un barrio obrero de Seattle, la llevó a su apartamento y la retuvo allí. Según describió a Michaud y Aynesworth, “le interesaba variar su M.O. (modus operandi) para no avivar la llama de la indignación popular ni la intensidad de las investigaciones policiales. Por eso la joven resultó ser la siguiente víctima (...) La cogió haciendo autoestop, se pusieron a charlar, ella no tenía nada que hacer. Él le preguntaría si quería ir a una fiesta en su casa y luego llevarIa a casa (...) El primer encuentro sexual sería más o menos voluntario, pero no gratificó plenamente todo el espectro de deseos que él pretendía. Y así, después del primer encuentro sexual, su deseo sexual va volviendo paulatinamente y se une, por así decir, a esos otros deseos insatisfechos, a esa otra necesidad de poseerla totalmente. Después de que ella perdiera el conocimiento por el alcohol, mientras yacía en algún lugar en un estado entre el coma y el sueño, la estranguló”.
Brenda Ball
Menos de dos semanas después, la noche del 11 de junio de 1974, volvió al campus de la universidad de Washington, Seattle, para raptar a la antigua animadora Georgean Hawkings mientras recorría los pocos metros que separaban el colegio mayor de su novio del suyo propio. Ésta sería su sexta violación con asesinato conocida. Cuando desapareció Georgean, varias estudiantes dijeron haber visto por la zona a un hombre con una pierna escayolada y con muletas. Al parecer, Bundy esperó un mes entero antes del siguiente golpe; esta vez mató a dos en un mismo día, como para recuperar el tiempo perdido.
Georgean Hawkins
El 14 de junio de 1974, un domingo de verano en la playa de Lake Sammamish, plagada de bañistas, hizo una variación sobre su anterior treta y abordó a una mujer llevando el brazo izquierdo en cabestrillo. Inició una conversación casual con ella y le preguntó si podía ayudarlo a traer la barca. Ella aceptó y lo acompañó hasta el aparcamiento, pero vaciló al no ver ninguna barca allí. “¿Dónde está?”, preguntó. “Está en casa de mis viejos”, contestó Bundy, “justo ahí, subiendo esa cuesta”. La joven no se fió lo suficiente para acompañarlo; pero poco después, Janice Ott, de veintitrés años, aceptó.
Janice Ott
“El individuo la retendría en un lugar en el que, ya saben, tuviera seguridad sobre ella, luego habría un mínimo de conversación, ya saben, calculada para evitar desarrollar algún tipo de relación (...) Si hubiera sido cauteloso, probablemente habría matado a la primera chica antes de ir por la segunda. Pero, en este caso, como hemos dicho que no estaba actuando con cautela, no había matado a la primera cuando raptó a la segunda (...) Seguiría el mismo procedimiento con la segunda chica que con la primera (...) Era dueño, por así decir, de esta persona. Luego el yo normal empezaría a reaparecer y, dándose cuenta del doble peligro que corría, sentiría pánico y empezaría a pensar en la manera de ocultar sus actos, o al menos su participación en ellos. Así, mataría a las dos chicas, las colocaría en su coche y las llevaría a una zona apartada y las dejaría”.
Fue, pues, de esta manera como Janice Ott y Denisse Naslund fueron raptadas y transformadas en sus posesiones séptima y octava. Cuando hubo terminado con ellas y con sus cuerpos, las arrojó en uno de sus cementerios y fue a pasar la noche con su amante, Meg Anders. Aquella noche se quejó de un resfriado, pero devoró varias hamburguesas grandes.
Denisse Naslund
Diecinueve días después, el 2 de agosto de 1974, raptó a Carol Valenzuela, de veinte años, en el centro de Vancouver, Washington. Cuando hubo terminado con ella, la estranguló y arrojó su cadáver a otro de sus cementerios, junto a la frontera con Oregón. Carol ocupaba el número nueve en su lista de mujeres asesinadas. La décima víctima, también una mujer joven, no fue identificada nunca, pero su cadáver fue encontrado cerca del de Valenzuela.
La población de Washington respiró aliviada en septiembre y octubre, meses durante los cuales no se denunciaron nuevas desapariciones, y la policía empezó a especular que el asesino podría haber abandonado el estado. Era cierto. Bundy se había mudado a Salt Lake City para matricularse en la Facultad de Derecho de la Universidad de Utah. Esperó al 2 de octubre de 1974 para cometer su primer asesinato confirmado en Utah en la persona de Nancy Wilcox, de dieciséis años, que hacía de animadora en su instituto.
Nancy Wilcox
Unos días después, el 18 de octubre de 1974, raptó a su duodécima víctima, Melissa Smith, de diecisiete años, hija del jefe de policía de Midvale, Utah. La violó, sodomizó y estranguló con uno de los calcetines largos de ésta, abandonando su cadáver desnudo junto a la carretera, con la vagina llena de excremento y rastrojos. Las pruebas médicas indicaron que la tuvo cautiva al menos una semana antes de matarla, aunque probablemente la joven estuviera inconsciente durante todo ese período a consecuencia del fuerte golpe recibido, que le había fracturado el cráneo.
Melissa Smith
Tres noches después se topó con su decimotercera víctima, Laura Aime, a la que al parecer recogió en su coche mientras estaba haciendo autoestop. De la autopsia se deduce que siguió su modo de proceder habitual: le rompió la mandíbula y le fracturó el cráneo con un instrumento contundente. Fue estrangulada con su propio calcetín, violándola luego anal y vaginalmente cuando ya estaba muerta. Laura Aime también sufrió desgarro vaginal y al ser hallada tenía el pelo recién lavado, lo que sugiere que el cadáver fue retenido un largo período, como ocurrió con Melissa Smith.
Laura Aimee
EI 8 de noviembre de 1974, Bundy cometió el crítico error que a la larga acabaría con su carrera homicida. Haciéndose pasar por policía, convenció a Carol DaRonch para que subiera a su coche, pero la muchacha tuvo la buena idea de defenderse cuando él trató de maniatarla. Tras una lucha frenética, logró escapar y refugiarse en otro coche, ocupado por una pareja. Bundy se fue en su coche y la dejó allí, pero el testimonio de la joven como única superviviente de sus asaltos serviría para acusarlo poco después de secuestro.
Carol DaRonch
Aquella misma noche, después de su abortado ataque a Carol DaRonch, prosiguió en su empeño y convenció a Debra Kent para que lo acompañara a asistir a una función que se celebraba en un instituto de Salt Lake City. Debra fue su víctima número catorce.
Debra Kent
El clamor que se levantó en Utah probablemente lo obligó a volverse más cuidadoso en su manera de actuar y a trasladar su centro de operaciones a Colorado, a donde se dirigió, en una caza sin fin, al volante de su querido Volkswagen.
La madre de Debra Kent mostrando la fotografía de su hija
El 11 de enero de 1975 raptó a su víctima número quince, la enfermera Caryn Campbell, de veintitrés años, mientras se dirigía desde el vestíbulo a su habitación del lujoso hotel de Aspen, donde estaba de vacaciones.
Caryn Campbell
La mató según el procedimiento habitual, aplastándole el cráneo con un instrumento contundente.
El cadáver de Caryn Campbell
El 15 de marzo de 1975, se cobró su víctima decimosexta, la joven instructora de esquí Julie Cunningham. Su cadáver nunca fue recuperado.
Julie Cunningham
El 6 de abril de 1975, raptó a Denise Oliverson, de veinticinco años de edad, mientras salía en bicicleta de casa de su novio. La mayoría de las veces, después de sus asesinatos solía aliviar sus tensiones haciendo largas y emotivas llamadas telefónicas a su amante, Meg Anders, quien vivía en Seattle.
Denise Oliverson
Su racha se vio repentinamente interrumpida en agosto de 1975, cuando un vigilante e intuitivo agente de policía de Utah lo vio conducir sin rumbo fijo por un barrio residencial a altas horas de la noche y le mandó parar el coche para inspeccionarlo.
Dentro del Volkswagen, el agente encontró unas esposas, una piqueta, una media, un pasamontañas, varios metros de cuerda y algunos jirones de sábana blanca.
El agente requisó el material como posible prueba inculpatoria y advirtió a Bundy que le llegaría una orden judicial por posesión de instrumentos de robo, una acusación genérica que a menudo (como en este caso) reporta grandes dividendos.
A partir de entonces, Bundy estaría siempre en el punto de mira de la policía. Si antes pudo seguir matando casi con impunidad, ahora le costaría más trabajo que antes.
El arresto de Ted Bundy
Tras ser arrestado, el 23 de febrero de 1976 comienza el juicio contra Ted Bundy por secuestro agravado.
Bundy en la fila de sospechosos
El acusado llega a la sala confiado y dueño de sí mismo pensando que no había suficiente evidencia en contra suya.
Bundy esposado
No previó el impacto que tuvo la declaración de Carol DaRonch, a quien el fiscal pidió identificar al hombre que la atacó. Sin dudarlo un segundo señaló directamente a Bundy a la vez que estallaba en llanto. En su defensa dijo que ni siquiera conocía a la chica, pero tampoco tenía alguna coartada para el día de los hechos.
El devastador testimonio de Carol DaRonch
Al juez le tomó el fin de semana revisar a fondo el caso y el acusado fue sentenciado el 30 de junio a una condena de quince años con posibilidad de libertad condicional.
En la prisión se le efectuaron las pruebas psicológicas que el juez había ordenado y los doctores determinaron que Bundy no era psicótico, ni dependiente de drogas o alcohol, ni que sufriera de algún daño cerebral. Era un hombre totalmente normal. Nadie se explicaba su fuerte dependencia a las mujeres, la violencia de que hacía gala o su instinto asesino.
Los titulares durante el juicio de Bundy:
La celda de Bundy
En 1977 Bundy fue trasladado a la cárcel del condado de Garfield para encarar este nuevo proceso. Durante los preparativos del juicio, Bundy decidió defenderse a sí mismo ante la supuesta incapacidad de sus abogados, a quienes despidió.
Bundy con barba
Bundy, encadenado, preparando su defensa en la Biblioteca de la Corte, poco antes de su huida
Se encontraba cerca del río, en camiseta y shorts para fingir que era un excursionista. Tenía la ropa escondida bajo un sweater. Caminó por la carretera y encontró refugio en una cabaña deshabitada que se hallaba en lo alto de Aspen Mountain; estuvo allí dos días. Volvió a salir, vagó en círculos y robó un cadillac. Una semana después de su fuga, la policía lo capturó a unas cuantas manzanas del lugar del que se había fugado.
La búsqueda de Bundy tras su fuga
Durante seis meses, los argumentos legales fueron interminables. El fiscal quería conectar a Bundy con las otras chicas desaparecidas en Utah. Bundy se defendía utilizando tácticas dilatorias. El 31 de diciembre de 1977, a las 07:00 horas, un guardia de la prisión de Garfield County dejó la bandeja del desayuno en la puerta de la celda de Bundy y vio una figura que dormía en la cama. A la hora de la comida, la bandeja seguía allí: la figura era solamente una pila de almohadas y libros. Un agujero en el techo mostraba cómo Bundy se había fugado por segunda vez con la ayuda de un cuchillo de sierra. Cuando se dio la voz de alarma, ya estaba en Chicago.
Ted Bundy atravesó Estados Unidos en busca de una ciudad universitaria en la que establecerse, pues sólo en los ambientes académicos parecía sentirse cómodo. Pensó en Columbus y en el campus del estado de Ohio, y echó un vistazo a la Universidad de Michigan, a Ann Arbor, pero finalmente fue en Florida donde se estableció.
Los titulares tras la fuga de Bundy
Alquiló una habitación en Tallahassee haciéndose pasar por estudiante de posgrado en la Universidad Estatal de Florida.
Documento del FBI sobre Bundy
Parece ser que trató de abandonar su actividad asesina, y, si hubiera sido capaz de renunciar a ella, y de olvidarse también de sus constantes y temerarios hurtos, podría haber seguido en libertad el resto de su vida, ya que la policía lo estaba buscando a miles de millas de distancia. Sin embargo, a las pocas semanas ya estaba de nuevo cazando.
Allí conoció a Francis Messier, una chica a la cual veía diariamente. Salieron a cenar y se hicieron muy buenos amigos; ella no sospechaba quién era él en realidad, ni los eventos que se desencadenarían.
Francis Messier
Su penúltimo ataque fue devastador. Durante las primeras horas del 15 de enero de 1978, vestido con ropa oscura y armado con una cachiporra, aprovechó una cerradura defectuosa en la puerta del Colegio Mayor Femenino Chi Omega.
El Colegio Mayor Femenino Chi Omega
Forzó la puerta, entró en él y fue de habitación en habitación, atacando sin hacer ruido a las jóvenes dormidas. Su víctima número dieciocho fue Lisa Levy.
Lisa Levy
Le aplastó el cráneo con la porra, arrancó con los dientes uno de sus pezones, le dio un profundo mordisco en las nalgas antes de violarla y la sodomizó con un bote de aerosol, que dejó luego insertado en su vagina.
El cadáver de Lisa Levy
Cruzó luego el vestíbulo y entró en otra habitación, donde se dedicó a destruir los cráneos de las estudiantes que dormían. Golpeó con tal fuerza a sus víctimas con la porra que salpicó y manchó de sangre todo el dormitorio; las gotas esparcidas incluso llegaron al techo. No consiguió matar a las dos mujeres de esta habitación, pero en otra le rompió la mandíbula, el brazo derecho y un dedo a Karen Chandler, y le fracturó el cráneo, la órbita del ojo derecho y los dos carrillos, infligiéndole además profundos cortes en la cara.
Karen Chandler
Luego se volvió hacia la compañera de habitación de Karen, Kathy Kleiner, que seguía durmiendo, y le golpeó en la mandíbula con tal fuerza que varios de sus dientes se encontraron después entre las sábanas manchadas de sangre.
Pasó a otra habitación, golpeó y estranguló a Margaret Bowman. Ésta fue su víctima mortal número diecinueve. Con las fuerzas asombrosamente enteras, detuvo la carnicería.
Margaret Bowman
El edificio de la fraternidad Chi Omega estaba semivacío, pues la mayoría de las ocupantes estaban de fiesta o en salones de baile, aprovechando que esa noche no había toque de queda. No era extraño que las muchachas llegaran incluso a temprana hora de la mañana siguiente. A las 03:00 horas, el novio de Nita Neary la dejó en la puerta de la fraternidad. La chica notó que la puerta estaba abierta. Tan pronto entró al edificio escuchó actividad y pasos de alguien corriendo en el piso de arriba; el sonido se acercaba a las escaleras. Alcanzó a esconderse y observó bajar y salir del edificio a un hombre que llevaba una gorra tejida color azul, y en el brazo lo que parecía una carpeta envuelta en un trapo.
Nita Neary
Pensó que alguien había asaltado la fraternidad, así que buscó a su compañera de habitación, Nancy, y sin saber qué hacer fueron en busca de la encargada del edificio, pero no tardaron en toparse con la destrozada Karen Chandler, quien se tambaleaba por el pasillo herida y cubierta de sangre. Pronto descubrieron a otra muchacha más, gravemente herida.
El cadáver de Margaret Bowman
Mientras volvía a la seguridad de su habitación, Bundy hizo una parada frente al apartamento de Cheryl Thomas, estudiante de danza de veintiún años de edad, que estaba dormida en su cama. Consiguió entrar, le destrozó la mandíbula de varios porrazos, dejó la media que usaba para cubrirse y una gran mancha de semen en la cama ensangrentada y escapó a toda prisa. Cheryl Thomas no murió, pero perdió permanentemente la audición en un oído y parcialmente el sentido del equilibrio, lo que puso fin a su carrera de bailarina.
Días antes del último secuestro de Bundy, un extraño en una camioneta Van color blanco se acercó a una estudiante de catorce años; la chica estaba en el camino en espera de su hermano, que había quedado de pasar por ella. La chica, advertida por su padre (un oficial de policía) de que no debía hablar con extraños, se sintió incomoda ante las preguntas y avances de aquel hombre. Su hermano llegó y ordenó a su hermana abordar el carro. Extrañado por el raro sujeto, el joven apuntó las placas de la Van y se las mostró a su padre.
El detective James Parmenter, del Departamento de Policía de Jacksonville, decidió investigar. Las placas correspondían a un hombre llamado Randall Ragen, a quien Parmenter visitó. Ragen relata que las placas habían sido robadas de su vehículo y que ya había tramitado unas nuevas. Tuvo una sospecha e hizo que los chicos vieran unas fotografías en la estación de policía. Para su sorpresa, el sujeto que identificaron era Ted Bundy.
Retrato de Ted Bundy realizado por el asesino serial Nicolas Claux, “El Vampiro de París”
Con la población aterrada e indignada tras los acontecimientos de Chi Omega, Bundy emprendió su última correría de manera confusa. Si se hubiera dirigido a otro estado, tal vez nunca lo hubieran cogido. Pero ya no podía seguir realizando su tarea: estuvo vagando por toda Florida, deteniéndose sólo para emborracharse y para cometer su vigésimo asesinato.
El 9 de febrero de 1978, convenció a Kimberly Leach, una niña de doce años de edad, para que saliera del patio de su colegio. El único testigo del acontecimiento fue una amiga suya de nombre Priscila, quien la vio subirse a la camioneta de un hombre, pero no pudo aportar mayores datos del color o tipo de vehículo.
Kimberly Leach
Bundy secuestró a la niña, la violó vaginal y analmente, y después la mató, estrangulándola y luego degollándola. Cuando se encontró el cadáver, estaba ya en una fase de descomposición muy avanzada para poder certificar la causa definitiva de la muerte. Arrojó el cuerpo a un tonel abandonado tras haberlo retenido un período indeterminado.
Graffiti contra Bundy
A los pocos días, estaba conduciendo de manera tan errática que otro agente de policía, sospechando algo, le mandó parar: era la noche del 14 al 15 de febrero. Tras una refriega fue detenido. Pidió al agente que lo detuvo que lo abatiera de un tiro. Ya no volvería a estar libre nunca más.
Bundy vuelto a arrestar
Bundy antes del inicio del primer juicio
El segundo juicio se realizó en Orlando (Florida) en enero de 1980 y fue por el homicidio de Kimberly Leach. Fue el juicio de la fraternidad el que selló el destino fatal de Bundy.
Bundy durante el primer juicio
Estos juicios provocaron una marejada de publicidad y expectación en todo Estados Unidos. Bundy era visto como la encarnación del mal. Miles de pesadillas giraban en torno a la imagen de este despiadado asesino.
Al mismo tiempo, docenas de jovencitas con cabello largo, lacio y negro, le enviaban cartas ardientes y le declaraban su amor. Todas ellas se ofrecían a lavarle la ropa y convertirse en sus amantes.
Bundy actuó como su propio abogado y siempre confió en poder hacer que el juicio fuera lo más justo posible. El jurado estaba compuesto por una mayoría de negros.
La intención era que no se cargara de prejuicios dicho jurado, pero las evidencias fueron determinantes, sobre todo en el caso de la hermandad Chi Omega.
Primero fue el testimonio de Nita Neary, señalando a Bundy como el sujeto que alcanzó a ver salir corriendo por la puerta.
Bundy defendiéndose a sí mismo durante el primer juicio
El otro testimonio contundente fue aportado por un odontólogo, el Dr. Souviron, quien mostró una serie de fotografías de la mordida en la nalga de Levy y cómo las marcas de la dentadura correspondían a la perfección con los dientes de Bundy.
El testimonio del doctor Souviron
Bundy revisa la foto de sus propios dientes
La madre de Bundy testificó e imploró por la vida de su hijo y él mismo tuvo la oportunidad de dar una buena razón para que no se le sentenciara a muerte.
Entre otras cosas se dijo víctima de una farsa, de un juicio injusto y abusivo. Y que no tenía ni siquiera por qué pedir clemencia por algo que no había cometido.
Bundy rezando antes de escuchar el veredicto
Bundy gritando tras escuchar el veredicto de culpabilidad
El 7 de enero de 1980 comenzó el juicio por la muerte de la niña Kimberly Leach. Esta vez Bundy decidió no defenderse a sí mismo y quedaron como sus representantes los abogados Julius Africano y Lynn Thompson.
Bundy durante el segundo juicio
La estrategia a seguir fue apelar por causa de incapacidad mental. Era una ruta muy arriesgada dado el resultado del juicio anterior, pero era la única opción para un asesino como Bundy.
El fiscal no tuvo problemas para darle la vuelta a esta débil estrategia. Bundy perdía cada vez más el control, gastando ya sus energías simplemente en no explotar contra todo el mundo. Ya no le servía de nada aparentar calma y dominio de la situación, sabiendo de antemano que su destino ya estaba decidido desde el juicio anterior.
Carole Anne Boone, esposa de Bundy
Echada la suerte de Bundy, cuando ya no podía cambiar su situación jurídica, adoptó la decisión de confesar sus crímenes al Dr. Bob Keppel, jefe de investigadores del Departamento de Justicia del Estado de Washington.
Keppel y Bundy habían ya trabajado conjuntamente cuando este último se ofreció para ayudar en la investigación acerca del criminal conocido como “El Asesino de Green River”, quien tuvo en jaque a la policía por más de veinte años.
Keppel asistía a las sesiones con Bundy armado únicamente de una grabadora, para conservar los testimonios del asesino.
Fue así como el mundo se enteró de que Bundy conservaba por algún tiempo en su casa los cadáveres de sus víctimas como trofeos y de que practicaba la necrofilia.
Bundy además era amigo desde la juventud de la escritora Ann Rule, autora de la famosa y controvertida novela sobre Diane Downs, Pequeños sacrificios.
Amiga y biógrafa
Rule escribió igualmente una obra sobre su amigo: El extraño a mi lado.
La escritora Ann Rule
“Después de numerosos tests y demás exámenes, ellos me han encontrado normal y están profundamente perplejos. Los dos sabemos que ninguno de nosotros somos ‘normales’. Tal vez lo que yo debería decir es que ellos no encuentran ninguna explicación para fundamentar el veredicto u otros alegatos.
Bundy durante la víspera de su ejecución
El 23 de enero de 1989, Bundy habló por teléfono por última vez con su madre, Louise. Ella lloró pero le dijo que él siempre sería su amado hijo. No quiso estar presente en la ejecución.
Louise Bundy hablando con su hijo Ted
El 24 de enero de 1989, día de su ejecución, tuvieron que sacar a Bundy de su celda por la fuerza. Lo raparon como la ley exigía. Pidió permiso para ir al baño, pues había escuchado que los condenados se orinaban y defecaban encima al recibir la corriente eléctrica.
Las palabras de un asesino
Se filtraron informaciones de que Bundy empezó a tartamudear cuando vio la silla eléctrica. Él, siempre carismático y petulante, perdió su legendaria compostura cuando llegó su hora. En aquel instante, ni siquiera las cartas de amor que acumulaban polvo en su celda eran un consuelo. Era el momento de saldar deudas con sus viejos fantasmas.
Finalmente, a las 07:04 horas, Ted Bundy fue ejecutado en la silla eléctrica. Tuvieron que aplicar la corriente en dos ocasiones.
Afuera de la cárcel numerosas personas esperaban la noticia y cuando el vocero de la institución declaró la muerte de Bundy, se escucharon vítores y aplausos.
La ejecución de Ted Bundy, serie de cuatro pinturas realizadas por Shirley Henderson
Finalmente, a las 07:04 horas, Ted Bundy fue ejecutado en la silla eléctrica. Tuvieron que aplicar la corriente en dos ocasiones.
La silla eléctrica donde murió Bundy
Afuera de la cárcel numerosas personas esperaban la noticia y cuando el vocero de la institución declaró la muerte de Bundy, se escucharon vítores y aplausos.
Su crédito negociador se agotó definitivamente el 24 de enero de 1989. Aquella mañana, cientos de personas se arremolinaban en el exterior de la prisión de Starke. Había un ambiente carnavalesco y de júbilo apenas disimulado a la espera de la ejecución de Bundy. Las pancartas rezaban lemas líricos tan inspirados como ‘Las rosas son rojas/ Las violetas azules/ Buenos días, Ted/ Te vamos a matar’.
Fueron lanzados también fuegos artificiales. Mucha gente quemó muñecos con la efigie de Bundy. El ambiente era de algarabía y gozo.
Un rato después, una carroza funeraria salió camino al crematorio. Al pasar, la multitud aplaudió. Pero lo más sorprendente fue ver a muchas mujeres llorando y protestando por la ejecución del multihomicida.
Muchos vendedores se dedicaban a ofrecer camisetas que decían “Arde, Bundy, Arde” y otros productos relacionados con la ejecución, como las “Bundyburguesas”, hamburguesas asadas a la parrilla, en morbosa alusión a la silla eléctrica donde habían “asado” a Bundy.
Los medios de comunicación celebraron sin pudores la muerte del asesino. Algunos incluso cabecearon: “Murió el Animal”.
Veintiocho años después, se le cargó a la cuenta de Bundy un crimen más. Katherine Devine fue vista por última vez el 25 de noviembre de 1973 pidiendo aventón. Su cadáver fue descubierto el 6 de diciembre de ese mismo año por una pareja en el Parque McKenny, en el estado de Washington.
Los forenses dijeron que poco después de ser vista por última vez, Katherine Devine encontró la muerte estrangulada, sodomizada y con la garganta rebanada.
Fueron lanzados también fuegos artificiales. Mucha gente quemó muñecos con la efigie de Bundy. El ambiente era de algarabía y gozo.
El cadáver de Ted Bundy
Un rato después, una carroza funeraria salió camino al crematorio. Al pasar, la multitud aplaudió. Pero lo más sorprendente fue ver a muchas mujeres llorando y protestando por la ejecución del multihomicida.
El traslado del cadáver rumbo al crematorio
Muchos vendedores se dedicaban a ofrecer camisetas que decían “Arde, Bundy, Arde” y otros productos relacionados con la ejecución, como las “Bundyburguesas”, hamburguesas asadas a la parrilla, en morbosa alusión a la silla eléctrica donde habían “asado” a Bundy.
Vendedor de camisetas y “bundyburguesas”
Veintiocho años después, se le cargó a la cuenta de Bundy un crimen más. Katherine Devine fue vista por última vez el 25 de noviembre de 1973 pidiendo aventón. Su cadáver fue descubierto el 6 de diciembre de ese mismo año por una pareja en el Parque McKenny, en el estado de Washington.
Katherine Devine
Los forenses dijeron que poco después de ser vista por última vez, Katherine Devine encontró la muerte estrangulada, sodomizada y con la garganta rebanada.
Las víctimas de Ted Bundy
En ese tiempo, las autoridades culparon a un sujeto de nombre William E. Cosden Jr., quien fue condenado a 48 años. Curiosamente, el caso fue reabierto y en 2001, gracias a exhaustivas pruebas de ADN, se estableció que Bundy había sido el responsable.
Dos imágenes de William E. Cosden: al ser acusado y al ser liberado
Ted Bundy se convirtió con el tiempo en uno de los asesinos emblemáticos de los Estados Unidos, y aún del mundo entero.
Muñeco con la figura de Ted Bundy
Se crearon clubes de fans y su figura fue retomada en novelas, películas y series de televisión. Otro asesino serial célebre, John Wayne Gacy “El Payaso Asesino”, hizo un dibujo de Ted Bundy, a quien admiraba.
Dibujo de Ted Bundy realizado por John Wayne Gacy
En 1997, su volkswagen fue vendido en 25,000.00 dólares. No tardó en encontrar un comprador.
Hasta la fecha, muchas mujeres hablan de él con admiración y la pulsión sexual que despierta su recuerdo es muy fuerte.
Mapa de los crímenes de Bundy
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Etc..
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